domingo, 12 de diciembre de 2010

Marx Madera, ¡esto es la guerra!

Nos quieren quitar el Marx. Una orden de desalojo amenaza con cerrar Marx Madera el próximo 14 de enero y, de llegar a ejecutarse, Madrid perderá uno de sus ya poquísimos rincones de pensamiento crítico y rebeldía. Situado en el número 9 de la calle Madera, el Marx es un verdadero oasis en una ciudad y una Comunidad autónoma cada vez más invivibles: sus paredes llevan muchos años conteniendo un punto de encuentro, un laboratorio, una incubadora, un semillero en el que las ovejas negras confluyen para resistir a la desidia y el pasotrismo, y convertir el descontento hacia un mundo que no nos gusta en ganas de transformarlo. Y todo ello desde la normalidad del contacto humano, desde la sencillez de hablar un idioma construido con más hechos que palabras, desde la amabilidad desinteresada.

Sé bien de qué hablo: hace poco más de seis años, un grupete de maricas rojeras decidimos emprender una aventura rara en el desierto activista madrileño y decidimos crear un colectivo de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales de izquierdas, liberACCIÓN. Hicimos un llamamiento a los movimientos sociales de Madrid, convocándoles a hacer de la liberación sexual un eje de radicalidad política y a construir un espacio plural en el que nuestro inconformismo alternativo pusiese el acento en los derechos, libertades e igualdad de las minorías sexuales. Y echamos a andar en una asamblea celebrada el 20 de noviembre... en el Marx Madera. La cosa cuajó y, sin entrar ahora en análisis muy profundos ni en balances valorativos de cómo se acontecieron las cosas en liberACCIÓN después, lo cierto es que los más de tres años de vida del colectivo no hubieran existido probablemente sin el Marx Madera.

liberACCIÓN hoy ya no existe como grupo y, sin embargo, dejó una huella imborrable en quienes tuvimos la suerte de hacerla posible. Fue una experiencia importantísima en lo personal, en lo político, en lo militante.

A lo largo de los más de tres años en que existió, el Marx Madera simplemente siempre estuvo ahí. Era el sitio donde celebrábamos nuestras asambleas cada dos viernes, era el centro de operaciones para organizar nuestras pegadas de carteles por Chueca y Malasaña, era el lugar donde guardábamos carteles y materiales, fue incluso el punto de quedada para los preparativos de alguna mani del Orgullo, incluso fuera del horario de apertura (es decir, molestando a su buena gente para que nos abrieran un sábado a las cuatro de la tarde, por ejemplo).

Y nunca nos preguntaron quiénes éramos ni de dónde veníamos. Sencillamente, un día nos presentamos allí, les contamos lo que queríamos hacer y que necesitábamos un lugar para reunirnos, y todo fueron facilidades. Y es que el Marx no es sólo una sede de una agrupación del PCE y de una asamblea de IU; es la plasmación real y tangible de un valor hoy más necesario que nunca para la izquierda: la generosidad. La buena gente del Marx Madera (con la que, por lo que he podido vivir en asambleas y espacios internos de IU, en muchas ocasiones discrepo políticamente) está convencida de que la mejor y más segura forma de hacer valer tu diferencia es ver el matiz o la lucha de quien está a tu lado como un riqueza sincera y sana para la diversidad. La buena gente del Marx Madera sabe y nos enseña cada día que no hay libertad ni igualdad sin fraternidad, ni pluralidad sin confianza, respeto y apoyo.

Por eso no podemos permitir que los propietarios del local sucumban a la especulación y les echen el cierre. Porque si eso pasa, estaremos desahuciados y desahuciadas en un sentido mucho más profundo que el que pueda parecer a simple vista. Hay que hacer algo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Muchas gracias por tu texto de apoyo! ¡Salvemos el Marx Madera!

Gracchus Babeuf dijo...

Pues yo tengo una historia parecida que contar.
Cuando salí corriendo de las Juventudes Socialistas, cuando decidieron apoyar la permanencia de España en la OTAN, me metí en el Marx Madera. Y mi experiencia es como la tuya: Nadie preguntaba de dónde venías, sino qué querías hacer.
Montamos un grupo pacifista, y aunque era un local del PCE, nadie nos impuso ningún tipo de disciplina del partido.
En agradecimiento a la actitud de la gente de Marx Madera, que apoyó mi lucha incondicionalmente sin pedir nada, empecé a votar a Izquierda Unida.
Y en esas sigo, 24 años después.